domingo, 31 de octubre de 2010

Dia de todos los santos

¿Sabías que la Iglesia celebra el Día de Todos los Santos el 1 de noviembre? ¿Pero qué es lo que celebramos ese día realmente?
Al entrar en una iglesia vemos imágenes de santos en pedestales, pinturas, camarines, altares. Muchas son obras de arte y algunas veces antigüedades y en ocasiones conocemos algo de la historia de algunos de estos antepasados en la fe y muchísimas veces no tenemos idea de qué hicieron para ser santos. Incluso los nombres de nuestros abuelos tal vez se deban al día de la celebración de un santo. Son pues ejemplos que la Iglesia nos da de vidas dedicadas a servir al Señor, de personas que hicieron esfuerzos por defender y propagar la fe aún a costa de sus vidas; de muchos conocemos hechos sobrenaturales atribuidos a su intercesión y de varios sólo sabemos que tienen nombres extraños que tal vez fueron comunes en su época ( Expedito, Austremonio, Gumercindo, ).
Hoy vemos libros, medallas, prendedores, calcomanías, cuadros y hasta camisetas con imágenes de santos populares y escuchamos sorprendidos del llamado de la Iglesia a la santidad, todos estamos llamados a ser santos. Este día en especial nos recuerda algo que rezamos cada domingo en la Santa Misa al proclamar nuestra fe en el Credo: “la Comunión de los Santos”. En esta afirmación aseguramos que existe una comunión de los bienes de la Iglesia y de las personas que conforman la Iglesia. Así, formamos un solo cuerpo, somos el cuerpo místico de Cristo, Jesús es nuestra cabeza y así como nuestro cuerpo no tiene sensaciones aisladas sino que de alguna manera fisiológica todo tiene algún efecto en el resto, también así nuestra fe nos une, nuestra forma de vivir, todo influye de alguna forma por medio del Espíritu Santo en toda la Iglesia y así también nuestros pecados tienen alguna influencia negativa en la misma Iglesia.
“Sean Santos porque yo el Señor soy Santo” (Lev 11, 44). Pero ¿yo podré ser un santo? En realidad no es un mandato para otro día, no es una invitación para un momento, es un mandamiento para que vivamos cada minuto de nuestra vida. Podemos creer que no somos dignos de la santidad, podemos pensar que algunos aspectos de nuestra vida no son precisamente ejemplares y podemos poner un montón de situaciones negativas: soy enojado, soy vanidosa, me gusta “vivir bien”, tengo envidia, he cometido muchos errores, etc., etc. Bueno y qué la Iglesia está llena de santos reconocidos durante la historia y todos ellos han sido ejemplares pero también han tenido errores, son santos no son Dios, claro que han cometido errores, claro que han cometido pecados, no han sido Jesús o la Virgen María. Muchos han sido enojados (los “Hijos del Trueno”), San Pablo podría ser juzgado por cómplice de asesinato; ¿has dicho mentiras a veces? El primer papa mintió y sintió miedo de declarar ser amigo de Jesús. Así también nuestra Iglesia está formada por pecadores pero es Santa porque Él que es la cabeza es Santo, así que por eso somos llamados a vivir en santidad, a ser santos, a que tengamos en nuestra mente cada día, a cada instante a Nuestro Señor y que cada acción grande o pequeña que hagamos sea para honrarlo y demostrarle nuestro amor porque Él está siempre a cada instante con nosotros porque Él mismo lo dijo en su Palabra.
Mantengámonos pues unidos por ese afán de ser santos, no porque algún día nos pueda ser reconocido este esfuerzo sino para vivir siempre en su Presencia. Vivamos nuestra Eucaristía donde el Señor se nos da y nos llena de su amor y misericordia para compartirlo con los demás, con ese alimento espiritual se nutre nuestra santidad y nuestro día a día va teniendo un sentido.
Reconozcamos pues en este día a todos los santos, grupo inmenso “que no se pueden contar” (Ap 7,9) y variado: mártires, personas piadosas, reyes, princesas, sacerdotes, obispos, papas, pintores, soldados, mercaderes; pero también reconocemos a nuestra abuelita, tal vez a nuestros padres, obreros, campesinos, secretarias, bibliotecarios, comerciantes, panaderos, pastores, escritores, poetas, matrimonios, médicos, albañiles y tantos y tantos que se encuentran en la presencia del Señor y que no han sido y probablemente no serán reconocidos como el grupo de santos canonizados pero que contribuyeron con su esfuerzo a propagar la fe, y a hacer de este un mundo mejor. Como ellos hagamos de nuestra vida una ofrenda amorosa a Dios y así cada acción grande o pequeña hecha para el bien será una obra buena que llevaremos ante la presencia de Dios “sus buenas obras les acompañan” (Ap 13, 14)